Publicado en la Revista Setiembre-Octubre 2010
Suponga que una persona que lo quiere mucho llega a su casa. Trae de regalo una rica torta que desea repartir con usted y los suyos. Entonces usted la corta en porciones que reparte entre los presentes: una para su mujer, otra para su hijo, otra para usted… y al buen visitante usted en último lugar le sirve las migajas.
Llevemos este sencillo ejemplo al debatido tema de la ofrenda. Comparemos nuestro sueldo o nuestras entradas (ganancias) con esta torta, que al final y al cabo “vino de arriba”. Pensemos de que manera la repartimos muchas veces: tanto para eso, tanto para aquello, y allá al final, para el buen Dios ¡Las migajas! ¿Puede Dios sentirse honrado con esta forma de reparto? En este momento usted tal vez piense: “si mi torta no fuera tan chica… sería mucho más fácil”… Y otro, en cambio, por ahí piensa: “no pero mi torta es demasiado grande. Si doy una porción es muchísimo, si sólo doy las migajas, igual ya es bastante”. Ofrendar es dar una parte de lo recibido, con fe, gratitud y alegría, o sea no deberíamos medir ni limitar lo que le damos, ya que nada es nuestro, sino que Él nos lo ha prestado para que lo administremos en el corto tiempo de nuestras vidas (1 Cr. 29:11 Y 14), y luego tendremos que rendirle cuentas de ello.
En el Antiguo testamento la ofrenda era una parte sobre diez, el diez por ciento, llamado diezmo. Cuando el pueblo se olvidó de darlo, Dios los acusó de ladrones, “me han robado” les dice. Pero al mismo tiempo, los desafía diciendo: “traigan los diezmos… y pruébenme ahora en esto… a ver si no les abro las ventanas del cielo para derramar sobre ustedes la más rica bendición”. (Malaquías 3:10). En el nuevo testamento no se habla de un porcentaje definido, pero dice san Pablo: “…cada uno de ustedes ponga aparte algo, según haya prosperado” (1 Co. 16:2). Algo muy importante también es la forma en que se da, según dice 2a Co. 9:7; ”cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. Difícilmente podamos dar de corazón si nos sentimos obligados, pero debemos de tomar en cuenta nuestra ofrenda y tener fe en Dios que nos desafía a dar reposando en la tranquilidad de que no nos faltará algo por habérselo devuelto a Él, sino al contrario, nos colmará de abundancia.
Bendiciones a todos!
Grupo Editor
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